Los soldados
ingleses de instancia en Gibraltar demostraron siempre una gran tolerancia hacia
los monos allí residentes (la última especie que queda en el
continente europeo), aunque la imprudencia de los alegres animales
sometiese a dura prueba su proverbial autocontrol.
A finales del ‘800, por ejemplo,
uno de esos macacos, durante una fiesta, robó el yelmo de pluma del gobernador y, tras trepar al techo de la fortaleza, empezó una pequeña sátira del
funcionario: eso fue escandaloso y desde entonces expulsaron a los monos del
centro de la ciudad y los alejaron hacia la parte más solitaria de la Roca. Eso
sí, siempre protegidos, porque la leyenda cuenta que los Ingleses permanecerán con el control de Gibraltar hasta que el último mono permanezca allí.
Carguémonos hasta el último mono!!!!
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